Volvemos con la sección que habla de los cementerios mas peculiares del mundo, con mucha leyenda detrás. Por eso hoy hablamos de uno que tiene fama de ser de los mas embrujados del mundo
En pleno corazón de la ciudad antigua, muy cerca de Royal Mile, tras una siniestra verja metálica al otro lado de la carretera desde donde la siempre vigilante figura de un perro observa el tránsito de la ciudad, encontramos Greyfriars Cemetery, posiblemente uno de los camposantos más encantados de Europa. Actualmente es conocido por la historia del Skye Terrier Bobby, que en el momento de morir su dueño no quiso apartarse de su tumba, guardándola día y noche durante catorce años ante la sorpresa de los edimburgueses, quienes simpatizaron con el animal y corrieron la voz por toda la ciudad. ¿Y por qué una estatua? La historia ni empieza ni acaba ahí. En 1858 John Grey, el dueño, muere de tuberculosis dejando a su perro de dos años desamparado, pues en aquella época, como método para recaudar impuestos, cada dueño debía pagar por su mascota tasa al gobierno, una licencia. Ocurrió que la conmovedora historia de este fiel animal conmovió incluso al alcalde, quien se ofreció a pagar este impuesto por Bobby hasta el día que este muriese. Al poco de hacerlo William Brodie le había dedicado una estatua frente al cementerio en el que había muerto su dueño y en el que él mismo sería enterrado. Evidentemente el perro no podía ser enterrado en el propio camposanto junto al resto de cadáveres humanos —es de suponer que enterrar animales junto a personas no debe de ser un signo de respeto—, pero sí cerca de la puerta, dentro de las murallas y no muy lejos de su su dueño.
Hoy pueden visitarse ambas lápidas.
Pero esta solo es la cara más amigable y halagüeña del cementerio. Sus caminos salpicados de tumbas por doquier, así como los adornos de estas, que suscitan un sentimiento inmediato con la temática memento mori y tempus fugit —”recuerda que vas a morir” y “el tiempo pasa muy deprisa”— con sus calaveras, relojes de arena, figuras sin cabeza y demás ornamentaciones que a más de uno le harían retroceder en una visita en mitad de la noche. Este cementerio no pretende intimidar, pero lo consigue sutilmente por medio de la propia autosugestión, tal y como lo hacen las buenas películas de terror. El visitante entiende que solo son un montón de hoyos y piedras, quizás los restos de algún cadáver más o menos desintegrado; sin embargo, uno advierte más cosas: el silencio que reina en el interior a escasos pasos de cruzar la verja metálica, el hedor de la tierra, ojos tallados sobre calaveras siniestras que parecen seguirte por el césped, las tumbas enrejadas para evitar el robo de los cuerpos, los cuervos que no se ven pero se escuchan caminando sobre la hojarasca de los imponentes mausoleos; pero por encima de todo, esa calma inquietante que nubla el aire cuando cae la noche, cuando llega la hora favorita para esas efigies de piedra que escrutan a través de las rejas de las tumbas que guardan, desde donde nunca podrán escapar, los rayos de luz que oscilan desde tu linterna.
En 1679 un grupo de rebeldes llamados Covenanters contrarios a la reforma protestante impulsada por Cromwell fueron encarcelados en Greyfriars bajo la orden del entonces rey Carlos II, y muy importante, gracias al trabajo de George McKenzie, un importante abogado de la ciudad que estaba a su servicio. Tras perder la batalla de Bothwell Bridge más de mil acabaron en esta sección del cementerio —la cual siempre ha estado abierta al público— debido a que eran demasiados prisioneros para la capacidad de la cárcel. No solo eran alimentados de manera pésima, sino que carecían de refugio alguno donde cobijarse durante el largo invierno que les tocó soportar. Como era de esperar, algunos murieron de frío. Otros simplemente fueron asesinados públicamente por el gobierno. Todos estos últimos fueron enterrados en el propio cementerio, y algunos más que vinieron después, aquellos que infelizmente no quisieron jurar lealtad a la figura del rey. Actualmente el lugar donde fueron enterrados los Covenanters no coincide con el del área de la verdadera prisión que he mencionado, sino con otra que recientemente ha sido cerrada al público.
George McKenzie había torturado a estos Covenanters hasta la muerte y se había ganado una horrenda reputación.Ocurrió que irónicamente su mausoleo había sido construido muy cerca del lugar en el que todas sus víctimas habían sido enterradas, lo que provocó un cierto aire de morbosidad en torno a su persona, repudiada incluso por los niños, que en su época se acercaban hasta las mismas puertas de su mausoleo para incitarle a salir para después salir corriendo, solo por si acaso. Había obrado tan mal, que por ello se creía que nunca podría descansar en paz. Pasaron entonces unos cuantos siglos hasta que la ciudad de Edimburgo y sus habitantes hubieron olvidado esta terrible historia y a este personaje en particular, pero entonces algo volvió a resucitar a McKenzie. En una gélida noche de Diciembre un mendigo buscando cobijo en el cementerio de Greyfriars se topó con uno de los mausoleos más solicitados por los sin techo del lugar: la tumba de George McKenzie. La verdad sea dicha, no conocemos realmente su historia con detalle, pero hay una versión popular que podría ser verídica, y es la siguiente: al mirar por el enrejado de la puerta distinguió una abertura con luz y decidió investigarla. Saltó la valla y se colocó entre el muro de detrás y el mausoleo, donde vio un lugar por el que colarse: una grieta estrecha pero por la que cabía si lograba esmerarse. Una vez dentro descubre una escalera que baja y decide investigar, pero lo hace con tan mala fortuna que tropieza en la oscuridad y cae en un sótano lleno de ataúdes, concretamente sobre uno que reza “George McKenzie”. Asustado, trata de volver a la superficie, pero entonces es retenido y vapuleado, incluso arañado. Un hombre que paseaba al perro oye el alboroto y se acerca inquieto para curiosear. Desde la distancia, a oscuras y bajo una turbia cortina de lluvia ve salir desde un mausoleo la figura esquelética de un hombre gruñendo, muy agitado y furioso. De modo que el chucho y su dueño creen que es un espectro que se ha levantado de su tumba y sale corriendo; mientras que el mendigo cree al ver la sombra del dueño del perro que este es el espectro que todavía le está persiguiendo. Con los testículos tocándole las puntas de los pies el paseante se dirige rápidamente a la policía a contarles lo sucedido. Los agentes encuentran la grieta y documentan el suceso. Y hasta varios años no ocurre nada más…
Es a partir de este incidente cuando, ya sea por obra de la sugestión o no, comienzan los rumores y habladurías sobre el Poltergeist de McKenzie. Hay que entender que la figura de McKenzie solo es conocida por los guías turísticos, quienes contaban esta historia para asustar a los visitantes nocturnos que acudían a los tours. City of the Dead Tours es el nombre de esta organización y quienes tuvieron la “suerte” de ser sorprendidos en una de las visitas por el fantasma del mausoleo. Puntos del terreno donde los turistas sentían un intenso frío, mareos e incluso empujones fueron solo algunos de los elementos que propiciaron la historia de la tumba encantada. De hecho, algunos de estos visitantes aparecían a la salida con arañazos descomunales desde la cabeza hasta más allá del cuello o con moretones causados por los empujones o golpes que sentían en el sótano del mausoleo. Al mismo tiempo, estos fenómenos parecían incrementarse —no sin el aviso previo de los guías que se eximían de responsabilidad antes de cruzar la reja— al entrar en la prisión/cementerio de los Covenanters. La policía de Edimburgo posee sucesos paranormales documentados en los que se ven claramente las heridas de las víctimas de la presencia maligna que no podía descansar en paz: el espíritu de McKenzie, que no solo era una figura malvada en su época y famosa, sino que además infame. Pero la atracción terminó en el año 2003, cuando dos sombras fueron descubiertas por la policía en mitad de la noche, hurgando en la prisión de los Covenanters. Dos sombras humanas que se movían pero que hacían caso omiso de las órdenes de los agentes, quienes no tuvieron otro remedio que acercase a investigar. Lo que encontraron fue escabroso como poco: dos niños estaban teniendo relaciones sexuales con dos respectivas calaveras que habían profanado de las tumbas del camposanto. Ya en la comisaría, fríos y rígidos como piedras los infantes no dicen nada, hasta que uno de ellos rompe a llorar y cuenta, para sorpresa de los agentes, lo que había ocurrido. “¡McKenzie nos obligó a hacerlo!”, gimoteaba. Difícilmente los agentes reconocían aquel nombre, mucho menos unos niños que contra todo pronóstico se habían internado en la zona más siniestra y oscura del cementerio para robar calaveras y jugar con las cuencas de sus ojos.
A partir de ese momento, la puerta a la prisión de los Covenanters se encuentra cerrada a cal y canto y no es posible acceder a ella bajo ningún concepto; sin embargo, la tumba de McKenzie sigue a la vista de cualquiera que tenga el nervio y la insensatez de visitarla de noche, donde ya ni siquiera se hacen visitas por miedo a que esta terrible historia pueda afectar a más turistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario