Falta solo un día para la celebración mas terrorífica del año y como no, nosotros seguimos con nuestro especial Halloween, y como viendo que la entrada del cementerio Highgate gustó bastante, hoy nos venimos a España para hablar de un cementerio con mucha leyenda
Saint George cemetery
Año 1787, Carlos III a través de una Real Cédula, prohíbe los entierros intramuros en todos los pueblos y ciudades de España, incluyendo el interior de las iglesias y los espacios parroquiales. Comienza la construcción de numerosos cementerios en las afueras de las ciudades, alejados y aireados, para evitar los contagios y las epidemias que tan de cabeza traen a las autoridades en aquellos tiempos.Comienzos del siglo XIX, Málaga. La ciudad ya tiene sus nuevos cementerios en funcionamiento, pero en ellos solo tienen cabida los residentes católicos y los aires no soplan demasiado bien para los extranjeros protestantes que abundan en todos los pueblos de la costa andaluza. Los difuntos no católicos son enterrados al anochecer en cualquier lugar discreto, como uso preferente se usan las playas cercanas, donde los cuerpos no tardan en emerger de la arena, siendo arrastrados por las olas hacia el mar o, en el peor de los casos, devorados por las alimañas.
En este punto, aparece la figura del cónsul británico William Mark, que lucharía y se preocuparía para que sus conciudadanos tuviesen un entierro digno en estas tierras. Tras años de constantes peticiones, el 11 de abril de 1838, por Real Orden de Fernando VII se cedería un terreno situado en el este de la ciudad a dicho cónsul y se erigió el primer campo santo inglés para protestantes en el Paseo de Reding. El primer cementerio protestante de la Costa del Sol.
El cementerio-jardín, no tardaría en destacar del resto por su belleza. Monumentales panteones y románticos jardínes, donde la naturaleza se mezcla con la muerte. Muchos personajes célebres están enterrados en éste lugar. Robert Boyd, famoso militante liberal que luchó contra el absolutismo de Fernando VII. William Mark, el cónsul y precursor del mismo cementerio. Jorge Guillém, conocido poeta que pidió ser enterrado en éste cementerio. Los marinos alemanes fallecidos en el naufragio en las costas malagueñas de la fragata Gneiseau, allá por el año 1900. La poetísa Gamel Woosley y su esposo, el hispanista Gerald Brenan, que falleció catorce años antes que su esposa y que fue conservado en formol durante esos años en la Universidad de Medicina, y un largo etcétera de personajes de importancia en la vida de Málaga.
Leyendas y hechos insólitos en el cementerio
Sin duda, lo más llamativo del camposanto es la vieja leyenda británica que lo envuelve y que asegura que la última persona que es enterrada en un cementerio se convierte en su guardián. Este debe velar por la seguridad de las almas allí congregadas hasta que un nuevo difunto sea inhumado y ocupe el puesto del anterior vigía. En el camposanto de Saint George se mantiene muy viva esta tradición, y son muchos los que creen en ella. Paradójicamente, el último fallecido de este cementerio es Antonio Alcaide, quien fue vigilante en vida del mágico enclave. Ahora la tradición señala que es el guardián espiritual de los muertos allí enterrados. Y parece que será así por mucho tiempo, ya que por decreto no se volverá a enterrar a nadie en la necrópolis británica.La figura errante del guardián del cementerio ha sido observada vagando por los sinuosos caminos del camposanto por los vecinos que habitan en las viviendas colindantes al cementerio, así como por múltiples visitantes que han penetrado en sus dominios. Por ello, en los últimos años, a modo de atracción turística, se realizan recorridos guiados por el cementerio en mitad de la noche.
Personas de toda condición social y edad, deseosas de conocer este importante patrimonio malagueño, han realizado este camino nocturno y más de uno se ha llevado desagradables sorpresas. Aseguran haber sido tocados por manos invisibles, haber oído pasos donde no había nadie y haber escuchado voces provenientes de la nada.
En una de estas excursiones por Saint George, un nutrido grupo de turistas paseaba por el cementerio tras el guía, que ataviado con un hábito de monje, narraba la historia y las leyendas del viejo camposanto. En mitad del evento, cuando la comitiva penetraba en la zona antigua y boscosa de la necrópolis, parte del grupo de giró para observar un repentino resplandor que apareció por sorpresa a lo lejos dentro de los márgenes del recinto. Poco a poco, la luz se fue acercando y se pareció la figura de un hombre, candil en mano, que caminaba renqueando. Los turistas sonrieron y aplaudieron la escena imaginando que formaba parte del espectáculo. Todos menos el guía, que con el rostro blanco y estupefacto, había enmudecido al observar al espectral inquilino.
“Todos, menos el guía, pensaron que aquella figura pertenecía a algún actor del Ghost Tour, pero no tenía nada que ver con el evento. Es más, a los pocos segundos desapareció y no pudieron dar con él a pesar de que la puerta principal estaba cerrada con llave. Dado el estado de pánico de nuestro guía, aquella noche tuvimos que suspender el show”
Un hombre fue protagonista de uno de estos sucesos inexplicables mientras velaba por el mantenimiento de la necrópolis anglicana, heredero de una labor que ya habían desarrollado su padre y su abuelo. Un día vio cómo un hombre de aspecto extravagante subía la cuesta principal del cementerio y comenzaba a caminar de un lado a otro con la mirada perdida y un gesto extraño en el rostro.Al aproximarse a uno de los mausoleos, que poseía una enorme figura de un ángel a tamaño natural, se quedó mirándolo fijamente. Cuando nuestro protagonista se acercó para saludar al recién llegado, este entabló una conversación con él. Pero lo que le contó escapaba a toda lógica. Aquel individuo sostenía que el arcángel custodio que se encontraba sobre la tumba no era solamente de mármol, sino que bajo aquella coraza estaba el cuerpo de una muchacha difunta. Pocas palabras más salieron de los labios de aquel hombre, y las que lo hicieron fueron para manifestar que el ángel estaba vivo gracias al alma de la joven fallecida que custodiaba la figura y que así perduraría a través de los siglos.
Una de las tumbas más populares del cementerio británico es la de la niña Violeta. Se trata de un modesto enterramiento de mármol blanco, adornado con una cruz celta incrustada en un círculo, que es el símbolo cósmico de la vida. Pero lo más singular es el epitafio que figura en su lápida, en el que sus familiares compararon la corta edad de la pequeña desaparecida con la duración de la planta de la que tomó su nombro:
“… lo que viven las violetas…”
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